lunes, 23 de enero de 2012

La venganza

 Para Hamlet estos son tiempos aciagos. Tan sólo han pasado dos meses desde que su padre, el rey de Dinamarca, murió. Lo adoraba tanto que ahora la penumbra oscurece sus días y las pesadillas le atormentan durante las noches. Pero la pérdida no ha sido la única desgracia, porque apenas pasados treinta días su madre se unió en matrimonio con su tío Claudio, el hermano de su fallecido padre, y nombrado nuevo rey. Entretanto las lágrimas aún caían por las mejillas de Hamlet, su madre cometió incesto y aquel con él que había deshonrado a la corona le arrebató el trono que por herencia le pertenecía. Aunque la tristeza que le apenaba y el odio que le consumía pronto encontrarían una nueva compañera.

 Días más tarde, un espectro apareció ante el joven príncipe. Este ente tenebroso decía ser el espíritu de su padre y quiso revelarle que fue aquello que causó su muerte. Al contrario de lo que todos creían, no murió por la picadura de una serpiente, pereció envenenado por su hermano. Al acabar el relato, el espectro pidió a su hijo que vengara su muerte, y que así, devolviera la dignidad a la corte. Después de haber oído estas palabras, Hamlet decidió entregar hasta el último de sus alientos al menester encomendado por su padre.

 La tristeza, el odio, los celos, la lealtad, todos ellos aparecen en esta obra teatral, pero, sin duda, el sentimiento más importante es la venganza. Ella será la guía de los pasos del protagonista, aunque antes de abandonarse a este resentido propósito las dudas asaltan su pensamiento. El ya temía una artimaña de su tío, pero también temía que el espectro no fuera quien decía ser, que fuera un demonio con el único propósito de entretenerse con la muerte de sus títeres. Para descubrir la verdad se le ocurrió representar una obra de teatro ante el rey en la que un hombre envenenara a su hermano para robarle la corona, y junto a su más leal amigo Horacio presenciar la respuesta de su rostro. Claudio, atónito, no pudo soportar la escena y huyo corriendo de la sala. Convencido ahora del crimen de su tío, el único propósito de su existencia sería la venganza.

 Tal vez podría haber sido un héroe, un hijo justo que castigara al culpable, pero no fue así. El espectro de su padre le imploró la muerte de su verdugo y el retorno de la honradez a la corona, pero no un sufrimiento terrible para su hermano. Después de la función, Hamlet encontró a Claudio arrodillado mientras rezaba, y aunque podría haberlo matado rápidamente no lo hizo, porque si le hubiese quitado la vida entre sus plegarias, iría al cielo. En lugar de eso, decidió demorar su muerte para que su alma no encontrara salvación y ardiera eternamente en el infierno, aunque así también condenó su propia alma. La sed de sangre de Hamlet era mucho mayor que la del espectro, abandonó los preceptos cristianos y se convirtió en un auténtico villano. Al anhelar un tormento eterno para su víctima, su malicia fue igual a la de algunos de los más viles villanos de la literatura isabelina, como Cutwolfe de Nashe, Vendice de Tourneur o Ludovico de Webster.

 Sus hazañas no se detuvieron ante ningún impedimento y acabaron con todo aquel que se interpuso en su camino. Esta suerte fue la que padeció Polonio, que escondido tras una cortina para espiar una conversación entre Hamlet y su madre, fue atravesado por la espada del príncipe. Quizás asestó la estocada con la esperanza de que la persona oculta fuera Claudio, pero al reconocer al herido no se lamentó, y espetó que era lo único que merecía un manipulador como él. Aún cuando la sangre del cadáver se derramaba por el suelo, Hamlet acometió contra su madre. El espectro le pidió que no la lastimara, pero él le recriminó todos los males que había cometido desde la muerte de su padre sin escuchar las incesantes súplicas que le rogaban que se detuviera, hasta que el espíritu acudió para acabar con la tortura. Rosencrantz y Guildenstern, antiguos amigos de Hamlet, también perecieron en sus manos. Cuando el príncipe perdió la cordura y se enfrentó al rey, ellos se vieron obligados a demostrar lealtad ante uno de los dos, y para proteger su vida escogieron al rey. Él les encomendó entregar una carta al rey de Inglaterra en la que le pedía que asesinara al enloquecido, pero cuando Hamlet descubrió el engaño cambió su nombre por él de los traidores y acabó así con ellos. La consumación de su venganza no llegaría hasta que Laertes, enfurecido por el asesinato de su padre, se batiera en duelo con él, y después de haber sido herido con un estoque envenenado lastimara con el mismo arma a Claudio.

 Los actos de Hamlet no sólo acabaron con sus enemigos, también ocasionaron víctimas al margen de sus intenciones, como Ofelia y la reina. Pudo cumplir su venganza, pero para ello tuvo oscurecer su alma y adentrar a todos sus allegados en una espiral de horrores que acabaría por extinguir su propia vida.

                                                                                                               Pablo López Martínez.

BIBLIOGRAFÍA.

- GOTTSCHALK, Paul. Hamlet and the Scanning of Revenge. Shakespeare Quarterly. 1973, vol. 24, núm. 2, p. 155-170.
- SKULSKY, Harold. Revenge, Honor, and Conscience in "Hamlet". PMLA. 1970, vol. 85, núm. 1, p. 78-87.

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